EL AJO ha sido un alimento muy valorado desde la antigüedad. El historiador griego Heródoto cuenta que las autoridades egipcias compraban enormes cantidades de cebollas, ajos y rábanos para los esclavos que construían las pirámides. Parece que el alto consumo de ajo les aportaba fortaleza y resistencia.

En la sepultura del faraón Tutankhamón se dejaron muchos artículos valiosos, entre ellos el ajo. También es cierto es que de nada iba a servirle al faraón lo que tanto hubiera beneficiado a sus súbditos.

Desde hace ya muchos siglos el ajo es utilizado con fines terapéuticos. Veamos algunos ejemplos.

Hipócrates y Dioscórides, médicos griegos, lo recetaban para atender los problemas digestivos, la lepra, el cáncer, las infecciones, las heridas y las afecciones cardíacas.

En el siglo XIX, el químico francés Louis Pasteur realizó estudios sobre el ajo y describió sus propiedades antisépticas.

Tiempo después, el famoso médico y misionero del siglo XX, Albert Schweitzer, lo utilizó en África para tratar la disentería amebiana y otras dolencias.

Durante la II Guerra Mundial, ante la escasez de fármacos, los médicos del ejército ruso curaban con ajo a los soldados heridos, razón por la que este llegó a conocerse como penicilina rusa.

En años más recientes se han estudiado sus beneficios para el aparato circulatorio.

Debido a sus propiedades tan beneficiosas para el organismo humano, según el periódico The Philippine Star explicó que la Universidad Estatal Mariano Marcos, del norte de Filipinas, había creado un helado a base de ajo por motivos “de salud”. La idea es que este nuevo producto pueda ayudar a quienes sufren enfermedades para las que se recomienda el ajo, como el resfriado común, la fiebre, la hipertensión, las enfermedades respiratorias y reumáticas, las mordeduras de serpiente, el dolor de muelas, la tuberculosis, la tosferina, las heridas e incluso la calvicie.

J.A.T.