14En el jardín de un monasterio taoísta paseaban dos monjes cuando uno de ellos vio un caracol delante suyo. Rápidamente agarró a su compañero para impedir que lo aplastara. Recogiéndolo con sus dedos exclamó:
«Por poco matamos a este caracol. Este animal representa una vida y un destino que tiene que continuar. Así debemos preservar su vida.»
Tras las palabras, lo volvió a dejar en la hierba. Pero su compañero, se molestó con él y le reprendió:
«Pero, ¿qué haces? Salvas a este insignificante ser; pero pones en peligro el trabajo de nuestro jardinero que cultiva las lechugas, ya que el caracol se comerá sus hojas.»
Otro monje que pasaba por allí se percató de esa discusión. Como no llegaban a ningún acuerdo, el primer monje propuso ir donde el gran sacerdote seguidos por el tercer monje. El primero de ellos explicó al gran sacerdote que había salvado una vida que era sagrada y de la que pendían millones de futuras vidas. Tras la exposición el gran sacerdote asintió con su cabeza y dijo:
«Has actuado como debía hacerse. Has hecho bien.»
El segundo monje se enfadó y replicó al maestro diciendo que lo que había que haber hecho era matarlo porque había que cuidar y proteger el huerto del que salía el alimento que mantenía a decenas de monjes del monasterio. Mientras, el gran sacerdote lo escuchaba atentamente, y tras asentir con su cabeza le contestó:
«Tienes razón. Eso es lo que se debería haber hecho.»
Pero el tercer monje, que había guardado silencio y prestado atención a todas las exposiciones de los monjes anteriores y a las respuestas del gran sacerdote exclamó:
«Pero maestro, ¿cómo pueden tener razón los dos si sus puntos de vista son diametralmente opuestos?»
El maestro tras mirar durante un tiempo al tercer monje y tras unos instantes de reflexión, meneó la cabeza y le respondió:
«Pues es verdad. Tú también tienes razón.»
J.A.T.