Un neurocientífico expresó en la revista National Geographic que “creemos que nuestra vida está dominada por el sentido de la vista, pero cuanto más se acerca la hora de la cena, más nos damos cuenta de que muchos de los verdaderos placeres de la vida están relacionados con el sentido del olfato”.
El olfato afecta al sentido del gusto pues aunque las papilas gustativas de la lengua distinguen 4 sabores (salado, dulce, amargo y ácido o agrio), el olfato distingue otros sabores más sutiles. Lo notamos mejor cuando tenemos resfriado y perdemos temporalmente el sentido del olfato, lo que hace que apenas percibamos los sabores, o cuando intentamos saborear algo con la nariz tapada.
Pero, ¿cómo funciona el sentido del olfato?
1. La detección de los olores
Hemos de decir que nuestro olfato puede distinguir más de 10.000 olores diferentes.
Al inspirar el aire, estos aromas penetran por la nariz hasta 3 protuberancias óseas en cada fosa nasal, los cornetes (inferior, medio y superior). El aire se humedece y calienta a su paso por la cavidad nasal, y lleva los aromas hasta el epitelio, la zona primaria de recepción. El tejido epitelial consta más de 20.000.000 de neuronas sensoriales, cada una de las cuales termina en numerosos filamentos pilosos (los cilios). El moco nasal transporta las moléculas aromáticas a los cilios. Adheridas a ellos hay unos receptores olfativos que se unen de forma diferente a los diversos tipos de moléculas aromáticas, creando una especie de “huella digital” distintiva a cada una.
2. La transmisión de los olores
A lo largo de las neuronas olfativas se envían mensajes electroquímicos codificados que transmiten la información al cerebro. Todas esas neuronas llegan a los bulbos olfativos, situados en la parte inferior del cerebro, los cuales tratan y codifican esta información y la dirigen a estructuras superiores del cerebro. Sus neuronas principales, las células mitrales, reciben la información de las neuronas olfativas, la seleccionan, eliminan la que no es importante y envían la relevante a través de sus axones a otras regiones cerebrales.
3. La percepción de los olores
La información filtrada llega al sistema límbico, el cual está tan unido al sentido del olfato que se le denominó rinencéfalo, que significa “nariz del cerebro”. Éste activa el hipotálamo dependiendo del olor que se perciba y puede ordenar a las glándulas pituitarias que produzcan diversas hormonas. Así, no es extraño que el olor de la comida nos haga sentir hambre de repente.
El sistema límbico llega también hasta el neocórtex, una parte intelectual y analítica del cerebro donde la información procedente de la nariz se compara con la procedente de otros sentidos. Instantáneamente se combinan y nos dan una conclusión. (Como ejemplo: un olor fuerte, un chisporroteo y un humo leve en el aire nos indican que hay fuego.)
El tálamo realiza la función de mediador entre estas 2 partes tan diferentes: el sistema límbico (parte “emotiva”) y el neocórtex (parte “intelectual”).
El córtex olfativo nos ayuda a distinguir entre olores similares. Por ello, varias zonas del cerebro pueden enviar mensajes de respuesta a los bulbos olfativos para que éstos puedan modificar la percepción de olores, amortiguándolos o anulándolos.
Narices famosas
Sócrates (c. 470 a. C. – 399 a. C.), filósofo griego. Según Platón la forma de su nariz contribuyó a la percepción del mundo de su maestro.
Marco Tulio Cicerón (106 a. C.-43 a. C.), famoso orador romano. El apodo “Cicerón” deriva de Cicer (garbanzo), y se cree que éste podría tener su origen en una verruga parecida a un garbanzo que tenía en la nariz (o bien a que su familia se dedicaba al cultivo de los garbanzos).
Cleopatra (69 a. C. – 30 a. C.), reina de Egipto. En el siglo XVII, el filósofo Blaise Pascal escribió que “si la nariz de Cleopatra hubiese sido más corta, la faz del mundo hubiera sido diferente”.
Justiniano II Rinotmetus (Rhinotmetus «El que tiene cortada la nariz»). Emperador bizantino del 685-695 y del 704-711. Su sucesor, Leoncio II, ordenó cortarle la nariz; Justiniano, posteriormente recuperaría el trono.
Michelangelo Buonarroti, Miguel Ángel (1475-1564), escultor, pintor, poeta y arquitecto renacentista. Fruto de una pelea, Pietro Torrigiano le rompió la nariz y, como consecuencia, le quedó la nariz chata toda la vida, tal como se aprecia claramente en todos sus retratos.
Tycho Brahe (1546-1601), astrónomo danés. Durante un duelo perdió gran parte de su nariz, llevando una prótesis de metal.
Hercule-Savinien de Cyrano de Bergerac (1619-1655), escritor francés. Aparte del personaje histórico, gran parte de su fama proviene de la obra Cyrano de Bergerac, escrita por Edmond Rostand en 1897, cuyo problema era su gran nariz.
Josef Mysliveček (1737 – 1781), compositor checo. Debido a la sífilis le amputaron la nariz lo que le destrozó moralmente. Sus últimas óperas no tuvieron mucho éxito y, finalmente, murió arruinado en Roma en 1781.
J.A.T.