El cambio climático.

El presidente de los EE.UU., Barack Obama, expresó: “El mundo debe unirse para hacerle frente al cambio climático. Pocos científicos discuten el hecho de que si no hacemos algo, enfrentaremos más sequías, hambrunas y desplazamientos masivos que generarán más conflictos durante décadas.”

Existe gran preocupación entre la mayoría de los miembros de la comunidad científica por el cambio climático o el calentamiento global: un aumento paulatino y constante de la temperatura de nuestro planeta, y los efectos negativos que esto conlleva para toda la vida sobre la Tierra.

El IPCC (Intergovernmental Panel on Climate Change) o Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático es una organización internacional, establecido por primera vez en 1988 por dos organizaciones de Naciones Unidas: la OMM (Organización Meteorológica Mundial) y el PNUMA (Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente), y que después fue ratificada por la Asamblea General de las Naciones Unidas a través de la Resolución 43/53. Su objetivo es proveer información –a través de diferentes evaluaciones- sobre:

  • el riesgo de cambio climático provocado por la actividad humana,
  • su potencial impacto medioambiental y socioeconómico,
  • y las posibles opciones para adaptarse a esas consecuencias o mitigar sus efectos.

En el año 2007, el IPCC y Al Gore (político estadounidense que llegó a ser el Vicepresidente USA bajo el mandato de Bill Clinton) compartieron el Premio Nobel de la Paz “por sus esfuerzos para construir y difundir un mayor conocimiento sobre el cambio climático provocado por el hombre, y para sentar las bases de las medidas que son necesarias para contrarrestar ese cambio”.

Es cierto que, muchas veces, se pone en duda, se critican o se minimizan los informes que apuntan a este gran problema debido a intereses partidistas, políticos, empresariales y económicos. Sin embargo, no podemos obviar el consenso científico en este asunto. En un profundo informe del año 2013, el 97% de la comunidad científica estuvo de acuerdo en lo peligroso de la situación climática y que ésta estaba provocada principalmente por la mano del hombre. Actualmente, ninguna corporación u organismo científico de prestigio nacional o internacional se ha declarado contra, a excepción de una pequeña minoría que han emitido alguna declaración evasiva.

Algunos de los efectos ya percibidos y que van en aumento progresivo son:

  • una alteración de los fenómenos naturales (inundaciones y sequías extremas o cambios bruscos de temperaturas,  no conocidos por muchas generaciones atrás)
  • un aumento en el nivel del mar
  • el retroceso y paulatina desaparición de los glaciares
  • el deshielo de la capa de hielo del Ártico y Groenlandia
  • el calentamiento del océano Ártico
  • la alteración de la corriente del Golfo.

Esta corriente está provocada por el movimiento de rotación de la Tierra y de la configuración de las costas europeas y americanas), proporcionando un clima cálido a Europa y determinando buena parte de la flora y fauna de los lugares por donde pasa. Se desplaza desde Florida (en el golfo de México) hacia el Atlántico Norte, llegando hasta Groenlandia y Noruega.

Es complicado asegurar que habrá un consenso que deje a un lado esos intereses partidistas y egoístas. Baste mirar el famoso Protocolo de Kioto sobre el cambio climático, celebrado en 1997. El acuerdo fijaba unos límites para las emisiones de dióxido de carbono y fue firmado por la Unión Europea y otros 37 países industrializados con el compromiso de reducir esas emisiones -como promedio- en un 5% por debajo de los niveles de 1990 durante el período 2008-2012. Pero uno de los grandes problemas fue que EE.UU. nunca ratificó su adhesión, y grandes países en desarrollo, como China e India, no quisieron asumir un compromiso concreto. Pensemos que tan solo China (1º puesto) y EE.UU. (2º) son responsables del 40% de las emisiones mundiales de dióxido de carbono.

En 2009, en la Cumbre de Copenhague (Dinamarca) se pudo conseguir que unos 30 países firmaran el llamado Acuerdo de Copenhague (EE.UU., China, Brasil, India y Sudáfrica entre otros) mientras que otros países –como Venezuela, Bolivia o Cuba- renunciaron a votarlo y acordaron una fórmula de “tomar conocimiento” del documento. Resultado: quedaba a discreción de cada país cumplir su compromiso.

La desertización es una consecuencia del cambio climático

En 2015, se llevó a cabo la 21ª Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático –conocida como COP21-, consiguiéndose que casi 200 países se comprometieran a reducir sus emisiones, en el denominado Acuerdo de París.

En 2016, tuvo lugar en Marrakech (Marruecos) la 22ª Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático –la COP22– en la que se reunieron 200 naciones. La gran decepción fue la retirada de EE.UU. del Acuerdo de París. De entrada, el presidente Donald Trump se refirió al cambio climático como “un cuento chino”. A esto se añade que el responsable de su equipo de transición en cuestiones energéticas y ambientales es Myron Ebell, promotor en la denegación del cambio climático y uno de los principales lobbista de las empresas más importantes del sector de hidrocarburos, y que llegó a estar al frente de la Cooler Heads Coalition, coalición dedicada a rebatir y “desvanecer los mitos de calentamiento global por exponer defectuosos análisis de riesgo, económicos, y científicos”. Según una investigación de Lux Research, las políticas energéticas de Trump podrían suponer un aumento de las emisiones de CO2 de 3.400 millones de toneladas en los próximos 8 años, cuando el compromiso de Obama fue de reducir los gases invernadero en un 30% hasta el 2025.

Tras indicar que el resto de las naciones reafirmaban su compromiso, el Presidente de la COP22, Salaheddine Mezouar, rubricó: “El futuro de nuestros hijos y de nuestro planeta depende de ello.”

Hace unos meses, en noviembre 2021, se celebró en Glasgow (Escocia) la cumbre del clima, la COP26. Lo positivo es que los casi 200 países que participaron en la cumbre reconocían que hay que hacer mayores esfuerzos para frenar el cambio climático. La cruz de la moneda, como casi siempre, es que no hay una solución mágica para este gravísimo problema si los países no aúnan cambios REALES, DE VERDAD, para dar un respiro a nuestro maravilloso planeta.

Como lo expresó EL PAÍS (15-11-2021), este es un problema doble:

  1. Velocidad: ¿Serán los países capaces de hacer el cambio radical de modelo de desarrollo que se necesita a tiempo para evitar los peores efectos del calentamiento?
  2. Justicia: ¿Compensarán adecuadamente los países ricos a los más pobres por los daños de un cambio climático del que ellos no son los principales responsables?

¡Qué pobre perspectiva de futuro! Si somos realistas poca esperanza hay de que realmente todos los gobiernos trabajen «a una» para arreglar esto. Así, la pregunta es: “¿En qué acabará todo?”, o peor aún: “¿acabaremos todos y con todo?”

Solo Dios tiene la respuesta (¡¡y esta no es una frase hecha!!).

“La Tierra no es la herencia de nuestros padres, sino el legado de nuestros hijos.”                                                                                          –Proverbio indio-

EL OBSERVADOR