EL WASHI
Este es un tipo de papel muy fino que se fabrica a mano usando unos procedimientos no muy conocidos a partir de plantas de la flora japonesa y usando también bambú, arroz, cáñamo y trigo. Por ello tiene mayor resistencia que el papel tradicional que se produce a partir de la pulpa de madera. A finales del año 2014 la elaboración tradicional del washi fue declarado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO. Se utiliza especialmente para las ediciones de libros de lujo y en la reproducción de grabados. Este arte no tuvo rival en Japón; de hecho, pueblos enteros en algunas zonas vivían del papel. Hacia la mitad del siglo XIX, unos 1.000 talleres realizaban esta artesanía de papel, aunque la Revolución Industrial hizo que algunas industrias artesanas –entre ellas la del washi– empezaran a perder fuerza. Aun así, este arte ha supervivido en ciertas zonas.
Como decíamos, el papel llegó a Japón desde China alrededor de los siglos VI-VII, los cuales elaboraban el papel con seda, lino, trapos de algodón, redes y cortezas de morera. Al principio, los japoneses utilizaron esos mismos elementos; pero probaron con otros que tenían a su alrededor. Las fibras más utilizadas en la elaboración del washi son:
- Kozo: las fibras más largas (unos 10 cm.), que dan una gran resistencia. Representan el 90% de las fibras utilizadas.
- Gampi: fibras brillantes y sólidas (de unos 3-5 mm.), que produce un papel traslúcido, resistente y una superficie lustrosa. Es muy valiosa por la dificultad o imposibilidad de cultivarla. Una característica es que su savia es tóxica y resiste en gran mandera a los daños provocados por insectos.
- Mitsumata: sus fibras también son utilizadas para hacer los billetes de banco ya que es un papel de gran durabilidad. La 1ª vez que se utilizó esta fibra para hacer el papel de los billetes fue en 1879.
¿Pero cómo se elabora el washi?
Hay que convertir el material bruto en una pasta fibrosa mediante un procedimiento muy trabajoso, en el que, entre otros métodos, se golpea el material, se cuece al vapor, se raspa, se pone en remojo y se quitan los desechos. La pasta resultante se mezcla con agua para que las fibras floten sueltas.
Para trabajar con el gampi –uno de los elementos del washi–, las mujeres se sientan en cuclillas alrededor de grandes cubas repletas de agua, donde limpian y separan a mano las fibras del gampi hasta formar una suspensión uniforme. Otro artesano sumerge en esta mezcla un gran cedazo con un marco de madera rígido y lo levanta, dejando escurrir el agua al tiempo que las fibras se traban entre sí sobre él para formar una hoja de washi. Seguidamente, el artesano da la vuelta al cedazo sobre una mesa grande y deja sobre ella la hoja húmeda. Este proceso se repite hoja tras hoja hasta formar una pila de papeles que gotean.
Para que no se peguen las hojas unas con otras, se añade al agua una sustancia viscosa llamada tororo, que se obtiene de las raíces de un tipo de hibisco. Esta sustancia también aumenta la viscosidad del agua, y así se ralentiza el escurrido del agua por el cedazo, favoreciendo que se enlacen las fibras. El artesano perito determina por el tacto si la consistencia es la adecuada. En tiempos pasados se ponían a secar al sol las hojas una por una. Hoy también se sigue haciendo aunque el método más habitual y moderno es secar las hojas sobre planchas de acero inoxidable calentadas.
Pese a ser un arte tan antiguo, todavía podemos deleitarnos viendo delicados cuadros de pájaros, árboles, flores, paisajes, etc. en tiras de washi de distintos colores. Se sigue valorando muchísimo este arte por lo que algunos grabadores, como Hokusai e Hiroshige, tienen reconocida fama mundial.
J.A.T.
Agradecimiento foto Sugiharagami: Tomomarusan, CC BY 2.5