Las llamadas “fake news” (“noticias falsas”) son, en este mundo tecnológico, el pan de cada día. Como ejemplo, durante los primeros dos meses de la pandemia del COVID-19, Facebook había eliminado cientos de miles de mensajes con información falsa sobre el coronavirus de su red social, de Instagram y de WhatsApp. También, eliminó unos 2.500.000 mensajes con venta irregular de tests, mascarillas, gel y desinfectantes.
En vez de “información”, en realidad, es “desinformación”, y encaja en la definición de “bulo”, a saber, “noticia falsa propagada con algún fin”. El diccionario Collins las define como “información falsa, a menudo sensacional, diseminada bajo la apariencia de informes de noticias”. También hay quien dice que la denominación más exacta debería ser la de “noticia falseada” ya que el término “falsear” le da el matiz de adulteración premeditada con un fin que no es noble.
El objetivo de las mismas, evidentemente, es engañar, manipular, desprestigiar o influir en las conductas de las personas o de una comunidad. El término cobró auge, especialmente, a raíz de la campaña a las elecciones presidenciales de EE.UU. entre Donald Trump y Hillary Clinton. Este problema hizo que el ejecutivo español considerasea las fake news como una amenaza para el Estado en la nueva Estrategia de Seguridad Nacional que se aprobó en diciembre de 2017. El principal daño que causan es que atacan a la reputación de una institución, una empresa, un colectivo o a una persona individual, y es sabido que conseguir una buena reputación cuesta mucho, destruirla, muy fácil, y recuperarla por completo, improbable. Según un estudio, el 85,5% de los encuestados indicó que las mayores consecuencias afectan la reputación; un 39,9% refirió que también afectan económicamente, y un 37,9% hizo alusión al sufrimiento añadido al que la padece.
Pero, aunque esto se ha hecho más notorio ahora por el avance tecnológico, no es nada nuevo. La historia contiene muchas fake news.
Según el papa Francisco, la primera fake news de la historia aparece en el libro bíblico de Génesis y la introdujo la serpiente, dirigida por el Diablo, al engañar a Eva falseando lo que Dios había dicho, con un objetivo claramente perjudicial para ella y sus descendientes.
Siglo I: El poeta romano Virgilio, en “La Eneida”, cap. IV, hace referencia a cómo actúa el rumor, “la más veloz de todas las plagas”, ”mensajera tan tenaz de lo falso y de lo malo, como de lo verdadero”.
Pensemos también en los primeros cristianos:
Siglo I: Tácito, en sus “Anales”, cuenta que los cristianos cargaron con la culpa por el gran incendio de Roma, a partir de un rumor que Nerón hizo correr para exculparse a sí mismo, según cuenta la versión más difundida.
Siglo III: Tertuliano, en su “Apología contra los gentiles”, habla de los delitos -como canibalismo e incesto-, que se imputaban a los cristianos:
“Que en la nocturna congregación sacrificamos y nos comemos un niño.
Que en la sangre del niño degollado mojamos el pan, y, empapado en la sangre, comemos un pedazo cada uno.
Que unos perros, que están atados a los candeleros, los derriban forcejeando para alcanzar el pan que les arrojamos bañado en sangre del niño.
Que, en las tinieblas que ocasiona el forcejeo de los perros, alcahuetes de la torpeza, nos mezclamos impíamente con las hermanas o las madres.”
Estas fake news provocaron grandes persecuciones contra los cristianos, muchos de los cuales acabaron en los circos para servir de alimento a las fieras, o para servir como antorchas humanas y alumbrar los caminos de entrada a Roma.
J.A.T.