La guillotina se ha asociado con la Revolución Francesa de 1789, considerándola un método de ejecución “humanizado” dada las formas de ajusticiar a los reos que había hasta ese momento. El referirse a Guillotin como inventor de este aparato es un error puesto que, desde al menos el siglo XIII, se utilizaban artilugios parecidos en diversos países de Europa, como Inglaterra (Halifax Gibbet), Escocia (Maiden), Alemania (Fallbeil) o Italia (Mannaia), aunque no fueran muy habituales y se reservaban para los reos de clase alta.
Veamos un poco el contexto que desembocó en el uso de la guillotina como instrumento de ejecución de la pena capital.
Un castigo “ejemplar” para imponer la obediencia a toda costa y crear así una especie de escarmiento era la pena de muerte que conllevaba -para la clase baja- torturas terribles para arrancar confesiones. Este era un castigo desigual ya que, por un lado, la clase aristócrata era tratada con cierta “compasión” al no ser torturados y dándoseles una muerte rápida y casi sin dolor(?), como la decapitación por espada o hacha. Por otra parte, los reos del populacho eran torturados (flagelación, tortura de la rueda, etc.) y ejecutados brutalmente: hoguera, horca o descuartizamiento. Todo esto se llevaba a cabo en público y hasta se creaba un “espectáculo” en el que los niños también eran testigos de estas atrocidades y hasta se colocaban puestos de comida, y se imprimían folletos de los condenados como “souvenirs”.
En el siglo XVIII, muchos juristas y hombres de letras mostraron su disconformidad con las torturas los castigos desproporcionados y los privilegios de clase asociados a las penas. Esto llevó a debate la abolición de la pena capital.
30 mayo de 1791: un diputado, Louis-Michel Lepeletier, Marqués de Saint-Fargeau, propuso la abolición de la pena de muerte. Su amigo, Robespierre, fue de los pocos que apoyaron esta medida.
1 de junio de 1791: la mayoría de los diputados votó por mantener la pena capital. Dos días después propuso la igualdad ante dicha pena, cuyo objetivo sería la privación de la vida sin recurrir a torturas ni suplicios.
Apareció la voz de Joseph Ignace Guillotin, un médico de 50 años y diputado de la Asamblea Nacional. Aunque no cuestionaba la pena capital, presentó una propuesta ante la Asamblea Legislativa francesa para igualar las penas y “humanizar” su aplicación en base a los principios básicos de la Revolución, a saber, “Liberté, Egalité et Fraternité (Libertad, Igualdad y Fraternidad)”:
“Los delitos del mismo género se castigarán con el mismo género de pena, sean cuales sean el rango o condición del culpable.”
Guillotin pensaba en la posibilidad de perfeccionar uno de esos artilugios, pero la Asamblea lo rechazó. Insistió y, en marzo de 1792, se encargó el diseño a un cirujano francés, Antoine Louis, y su fabricación a un artesano alemán fabricante de arpas, Tobias Schmidt, quien fue asesorado por Charles-Henri Sanson, el verdugo de París. Se perfeccionó el diseño de los artilugios antiguos y en 2 semanas empezaron las pruebas en cadáveres de animales y personas, cambiándose la cuchilla horizontal por una de forma oblicua. El jesuita Jean-Baptiste Marat apodó el aparato como louison o louisette, aunque es más conocido como guillotina.
J.A.T.