Texas
La famosa Batalla de San Jacinto, acaecida el 6 de marzo de 1836, también es conocida como la Siesta de San Jacinto. Esto ocurrió casi mes y medio después de la caída de El Álamo, en el que murieron todos los texanos rebeldes que defendían esta antigua misión franciscana. Esta victoria hizo que el egocéntrico general Antonio López de Santa Anna, quien se hacía llamar “El Napoleón del Oeste” o “El Napoleón de América” –y quien, posteriormente, organizó un funeral para su pierna amputada-, sintiera, como así era, que tenía todo bajo control puesto que los mexicanos estaban ganando. Eso hizo que dividiera sus fuerzas y que concediera permiso a sus tropas para que echaran la siesta.
A unos 20 km al este de la actual ciudad de Houston confluyen el río San Jacinto con el río Buffalo Bayou. En un saliente del meandro del río había una zona –que Sam Houston conocía muy bien aunque no así los mexicanos- bordeada por un bosque (al norte) y una ciénaga (al sur). En contra del consejo de su Estado Mayor, Santa Anna acampó en el centro del saliente y a escasos 400 m de donde se ocultaban los 900 milicianos texanos que Houston había reunido. Prepotentemente expresó que tener la espalda cubierta por el pantano, un bosque espeso en un flanco y una llanura en el otro, y tener el frente despejado le proporcionaba una posición de ventaja. Desde luego no es ventajoso tener un pantano en la retaguardia y un bosque en un costado.
Santa Anna llegó con unos 700 soldados. Posteriormente, hacia las 9:00 h., llegó el general Martín Perfecto de Cos con otros 540 soldados más. Tras una marcha de 24 horas, las tropas estaban cansadas. Como a esas horas de la mañana no hubo escaramuzas y todo estaba tranquilo, se concedió permiso para que los soldados durmieran y descansaran unas 3 horas. Así, con fuerzas renovadas, atacarían al enemigo escondido en el bosque. Este plan distaba mucho de ser una idea brillante. Más bien, este fue el inicio del desastre ya que, al final, fueron más de 7 horas de sueño.
Pero eso no fue todo. Francisco Bulnes, un escritor y político mexicano contemporáneo de Santa Anna, entendía que ‘con un retén de unos 20 hombres que pudieran turnarse, el resto de la tropa podía comer y dormir’. El general Santa Anna no lo hizo, dando permiso a un capitán para que se descuidara la vigilancia unas horas, durmiendo también él.
Esto fue una sorpresa para los texanos, quienes no encontraron oposición alguna cuando, a las 16:30 horas, Houston ordenó disparar un cañón, e iniciar la contienda. Mientras unos milicianos destruían un pequeño puente sobre el río Jacinto para cortar la retirada a los mexicanos, el resto se lanzaron a la batalla, liderados por Houston y James C. Neill, al grito de «¡Recordad el Álamo!».
Pese a que Santa Anna dijo que los puestos avanzados fueron capturados, lo cierto es que no fue así porque no se habían dispuesto puestos avanzados que pudieran ser capturados. Muchos soldados mexicanos estaban dormidos; otros, comiendo, o medio desnudos y desarmados, y aunque los generales intentaron reorganizar a su ejército, el combate apenas duró unos 20 minutos. De los casi 1.300 soldados mexicanos, murieron unos 650, y unos 200 fueron heridos y 300 hechos prisioneros. Los texanos solo tuvieron 11 muertos y 30 heridos, pudiendo capturar casi todo el arsenal del ejército mexicano. El general Santa Anna huyó y se escondió junto a un pantano aunque fue capturado al día siguiente, y Houston y Austin lo obligaron a firmar el Tratado de Velasco, mediante aceptaba de facto la independencia de Texas y se comprometía a no proseguir la lucha con el nuevo estado. Además se fijaba el límite entre México y Texas en el Río Grande (o Río Bravo) por lo que las tropas mexicanas debían establecerse al sur del mismo.
Santa Anna estuvo como prisionero de guerra durante 7 meses y se le envió a Washington, siendo recibido por el presidente Andrew Jackson. Cuando se enteró el Congreso Mexicano destituyó a Santa Anna y no quiso ratificar el Tratado de Velasco, porque fue firmado por un presidente en calidad de prisionero de guerra.
Al final la independencia quedó ratificada con la firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo el 2 de febrero de 1848, entrando en vigor el 30 de mayo de ese año y quedando así establecida la paz entre las dos naciones.
Santa Anna regresó a México. Fue repudiado por los mexicanos y tenido por uno de los personajes más infames de la nación.
J.A.T.
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