El Tribunal de la Santa Inquisición o Tribunal del Santo Oficio rememora una página no oscura sino negra de la historia de Europa y de España en la que, en esta última, destaca la figura de Tomás de Torquemada, el cual vivió entre 1420-1498, convirtiéndose en sinónimo de fanatismo religioso, crueldad e intolerancia al servicio del catolicismo.
Este religioso dominico, curiosamente de ascendencia judía, era sobrino del cardenal Juan de Torquemada, confesor del rey Juan II de Castilla. Se empezó a relacionar con la reina Isabel I a través de Hernán Núñez Arnalte, tesorero de los Reyes Católicos, Fernando de Aragón e Isabel I de Castilla. Estos, en 1478, suplican al papa Sixto IV que conceda a Torquemada ser confesor real, entrando así en la corte real. Se convirtió en consejero del gobierno por su capacidad organizativa y su forma rigurosa de trabajar en los asuntos de Estado. Logra crear una nueva forma de Estado basada en la unidad política, unidad geográfica y unidad religiosa.
En 1480, en las Cortes de Toledo, se logra acordar que los judíos deben instalarse (es decir, aislarse) en barrios preparados para ellos.
Como judíos y musulmanes fueron perseguidos en España, muchos de ellos decidieron -por conveniencia social, política y económica- convertirse al catolicismo recibiendo la denominación de marranos (judeoconversos que seguían practicando de forma clandestina sus costumbres religiosas) y de moriscos (musulmanes convertidos voluntaria o forzosamente al catolicismo).
Alonso de Ojeda, dominico sevillano, convenció a Isabel I de Castilla (durante un viaje a Sevilla) de que algunos conversos seguían practicando sus antiguas costumbres religiosas, lo que fue corroborado por el informe del arzobispo de Sevilla, el cardenal Mendoza, y por Tomás de Torquemada. Como los Reyes Católicos percibieron esto como una amenaza, solicitaron una bula papal para crear el Tribunal de la Santa Inquisición, que tendría control mixto: la corona propondría los candidatos a inquisidores y el Papa los nombraría.
El 1-novbre-1478, el papa Sixto IV constituye el Tribunal del Santo Oficio con la bula Exigit sincerae devotionis affectus.
En 1480, Sixto IV nombra como inquisidores a Miguel de Murillo y a Juan de San Martín, y abre el primer tribunal del Santo Oficio en Sevilla.
Por la bula del 11 de febrero de 1482, Tomás de Torquemada fue nombrado uno de los 7 inquisidores que tendrán que hacerse cargo del Santo Oficio, que no estaba funcionando adecuadamente desde su implantación.
En los primeros meses de 1483, Sixto IV nombró Inquisidor General de Castilla a Tomás de Torquemada a instancias de la reina Isabel I. Posteriormente, el 17-octubre-1483, por mediación del cardenal Mendoza, se extiende ese nombramiento también a Aragón, y después se amplía a Valencia y Cataluña.
Aunque, por una parte, se dice que era una persona austera, severa y sencilla que llegó a rechazar el arzobispado de Sevilla. Pero, por otra parte, vivía en lujosos palacios, tenía numerosos criados, 50 caballeros y 250 infantes formaban su guardia personal, concedida por los Reyes Católicos, debido a su temor a posibles atentados ya que las decisiones de Torquemada le acabaron acarreándole enemistades de muy diversa índole.
Asimismo, amasó una gran fortuna con las confiscaciones efectuadas a los herejes perseguidos.
Un cronista de la época, Sebastián de Olmedo, lo describió como “el martillo de los herejes, el relámpago de España, el protector de su país, el honor de su orden”. Al parecer Torquemada estaba convencido de que su labor era un servicio a Cristo, y en realidad, la doctrina de la Iglesia justificaba sus acciones puesto que el propio papa Sixto IV lo elogió por “encaminar vuestro celo a esas materias que contribuyen a la alabanza de Dios”.
Para evitar la propagación de las herejías, Torquemada, como también se hacía en toda Europa, promovió la quema de literatura no católica, en particular bibliotecas judías y árabes.
En 1491 acaeció el supuesto asesinato ritual del Santo Niño de La Guardia, un presunto asesinato ritual de un niño acaecido en la localidad española de La Guardia (Toledo) y atribuido sin pruebas a judíos y judeoconversos. Seguramente estaba inspirado por la leyenda antijudía llamada calumnia de la sangre, en la que se les acusaba de asesinar para usar sangre humana en sus rituales, y que tiene un relato paralelo en otras culturas, como en la inglesa (la leyenda del santo niño Hugh de Lincoln). Por este crimen ritual fueron procesados por la Inquisición varios conversos, además de dos judíos, procesados por las autoridades civiles, todos ellos quemados vivos en Ávila el 16 de noviembre de 1491.
La mayoría de los historiadores considera que el proceso propició un clima antijudío, y una indignación que empeoró aún más la relación del sector de cristianos viejos con relación a los judíos y conversos. Este crimen dio impulso para que se dictara del Decreto de Granada de marzo de 1492 que ordenaba la expulsión de los judíos de España del que Torquemada fue uno de los principales partidarios (hasta se le considera su probable autor), y que se llevó a efecto entre el 31 de julio-10 de agosto de ese año.
Durante sus últimos años, Torquemada fue perdiendo paulatinamente el favor real. En la corte corría el rumor de que parecía querer controlarlo todo. Las quejas contra él acabaron llegando a Roma, por lo que el papa Alejandro VI, en 1494, alarmado por sus excesos, trató de diluir su poder nombrando a otros 4 inquisidores generales; pero no sirvió de mucho. Torquemada continuó ejerciendo autoridad absoluta consiguiendo, según The Encyclopædia Britannica, “un horrible holocausto rendido al principio de intolerancia”. Miles de personas huyeron al extranjero, y a muchos otros se les encarceló y torturó, y se les confiscaron sus propiedades.
Peter De Rosa, escritor británico y ex sacerdote católico y jesuita, que estudió en la Universidad Gregoriana de Roma y quien se ha definido como “católico patriótico”, menciona en su libro “El lado oscuro del papado”, que “en el nombre del papa [los inquisidores] fueron responsables del más violento y continuo ataque contra la decencia en la historia de la raza humana”. Y refiriéndose, en concreto, a Torquemada dice que “sus víctimas fueron más de 114.000, de las cuales 10.220 fueron quemadas”.
Según el primer historiador de la Santa Inquisición, Juan Antonio Llorente, durante su mandato fueron quemadas más de 10.000 personas y otras 100.000 sufrieron penas infamantes. Por su parte, el historiador británico y residente en Barcelona, Henry Kamen, expone que los ejecutados fueron “tan solo” alrededor de unas 3.000 personas además de un número mayor de torturas, confiscaciones, encarcelamientos y degradaciones públicas.
La última persona condenada a muerte por el Tribunal de la Inquisición fue Mª Dolores López. Su ejecución tuvo lugar el 24-agosto-1781. También conocida como Beata Dolores, era una religiosa ciega condenada por herejía a morir en la hoguera. Esta religiosa mantenía relaciones íntimas con clérigos y confesores de los diferentes conventos en los que estuvo. Después de unos 12 años de relaciones uno de sus confesores, Mateo Casilla, la denunció a ella y a sí mismo. Se le relacionó con el demonio. El día que la iban a quemar “la sacaron en procesión con un sambenito, vestida de negro, como símbolo de su separación con la Iglesia católica, y una mordaza en la boca para que no soltara más herejías por ella”. Como se arrepintió a última hora (3 horas de “confesión”) fue ejecutada a garrote vil, aunque su cadáver fuera quemado igualmente.
Retirado en el convento de Santo Tomás de Ávila, Torquemada murió con 78 años de edad.
Finalmente, en el año 1834, el Tribunal del Santo Oficio fue abolido.
J.A.T.