ÁRBOL DE NAVIDAD Y EL ACEBO
Tradiciones navideñas.
L’Osservatore Romano: “Antiguamente, a muchas plantas de hoja perenne, como el acebo, el arrayán, el laurel y las ramas de pino o de abeto, se les atribuía poderes mágicos o medicinales que protegían de las enfermedades. […] En la Nochebuena, el 24 de diciembre, se debía recordar a Adán y Eva y el famoso episodio del Árbol del Paraíso terrenal […]. El árbol tendría que haber sido un manzano, pero como en invierno habría sido inservible por carecer de follaje, en su lugar se puso un abeto. De sus ramas se colgaban o bien manzanas, o bien obleas que simbolizaban la futura llegada de la Redención. Estas obleas —galletas prensadas con moldes especiales— representaban la presencia eucarística de Jesús. El árbol también se adornaba con dulces y regalos para los niños”.
L’Osservatore Romano, hablando de que la tradición del árbol de Navidad empezó en Alemania en el siglo XVI, indicó: “Italia fue una de las últimas naciones en acoger el árbol de Navidad, debido en parte al rumor bastante difundido de que el árbol era una costumbre protestante y, por lo tanto, debía sustituirse por el pesebre [o nacimiento]”.
Algunos pueblos de la antigüedad pensaban que ciertas plantas de follaje perenne como el muérdago y el acebo tenían grandes poderes mágicos. Decoraban sus casas con estas para protegerse de los espíritus malvados y de las brujas. De esta práctica se desarrollaron las decoraciones navideñas.
El árbol de Navidad procede de antiguas tradiciones celtas. Cuando los primeros cristianos llegaron al norte de Europa, sus habitantes celebraban el nacimiento de Frey, dios del Sol y la fertilidad, adornando un árbol de hoja perenne, en una fecha próxima a la Navidad cristiana. Este árbol simbolizaba al Árbol del Universo, llamado Yggdrasil. En su copa se hallaba Asgard (la morada de los dioses) y el Valhalla (el palacio de Odín); en las raíces más profundas estaba Helheim (el reino de los muertos). Posteriormente, los conversos tomaron la idea del árbol para celebrar el nacimiento de Cristo, pero cambiándole totalmente el significado.
Se dice que el religioso Bonifacio (680-754) fue enviado por el papa Gregorio II a evangelizar los países de Centroeuropa y al llegar a Alemania se encontró con esa antigua tradición celta. Cortó con un hacha el árbol y plantó un pino que simbolizaba el amor de Dios. Lo adornó con manzanas (en representación del pecado original y las tentaciones) y velas (la luz de Jesucristo como luz del mundo), reconvirtiendo en la costumbre pagana en costumbre cristiana.
Parece que comenzó su popularidad en Alemania (1605) y se expandió a otros países: Finlandia (1800), Inglaterra (1829), Francia (1830 mediante la duquesa Hélène d’Orléans) y, en el Castillo de Windsor en 1841 por parte del príncipe Alberto de Sajonia, el esposo de la Reina Victoria, quienes colocaron un abeto decorado. Tradiciones navideñas.
La costumbre del árbol llegó a España en 1870, por parte de Sophie Sergeïevna Troubetzkoy, una princesa de origen ruso, que llegó a ser Dama de la Orden de María Luisa, y estuvo considerada entre las mujeres más bellas, atractivas y elegantes de la Europa del siglo XIX. Tras enviudar del Duque de Morny, hermanastro de Napoleón III, contrajo segundas nupcias con el aristócrata español José Osorio y Silva, Gran Duque de Sesto y Marqués de Alcañices, uno de los mayores promotores de la Restauración borbónica que permitió reinar a Alfonso XII. Parece ser que la primera vez que se colocó un árbol navideño en España fue en Madrid, durante las navidades del año 1870, en el desaparecido palacio de dichos nobles, el palacio de Alcañices, ubicado en el Paseo del Prado, esquina con la calle de Alcalá.
En la mayoría de las culturas politeístas se veneraban los árboles. Se creía que bosques sagrados estaban habitados por los espíritus de sus antepasados y les ofrecían regalos a cambio de favores.
La costumbre navideña europea de quemar un enorme tronco en la chimenea se puede remontar a los escandinavos, quienes encendían enormes hogueras en honor a Thor, el dios del trueno. Tradiciones navideñas.
Entre todos los adornos navideños, ocupan un lugar destacado el acebo, la hiedra y el muérdago, de las que se ha dicho que son “plantas mágicas que producen fruto en una estación muerta”. Hay quien cree que las bayas rojas simbolizan la sangre de Cristo, y las hojas espinosas del acebo, la escarnecedora “corona de espinas” que los soldados romanos colocaron sobre su cabeza. Para los paganos eran el símbolo masculino de la vida eterna. Consideraban que la hiedra era un símbolo femenino de inmortalidad. Juntos, el acebo y la hiedra, se convirtieron en la representación pagana de la fertilidad.
También está la, aparentemente romántica, costumbre de besarse bajo una rama de muérdago. Pero las raíces de esta costumbre se remontan a la Edad Media. Los druidas de la antigua Inglaterra creían que el muérdago poseía poderes mágicos y, por ello, lo empleaban a fin de protegerse de los demonios, los hechizos y otros males. Con el tiempo, surgió la superstición de que besarse bajo el muérdago conducía al matrimonio, y durante la temporada de la Navidad algunas personas aún siguen esta costumbre. Tradiciones navideñas.
Las bolas que se le agregan al árbol hacen referencia a las diferentes oraciones y se diferencia en función del color:
- AZUL: las oraciones de reconciliación.
- PLATA: las oraciones de agradecimiento.
- ORO: las de alabanza.
- VERDE: las de abundancia, fortaleza y de naturaleza
J.A.T.